El activismo urbano y digital contra la supervia me formó de muchos modos.

Fue aprender a pensar de otra forma, entender el nuevo paradigma con el que se deben construir las ciudades. Esta (tercera-maestría-casi-doctorado) consistió en leer muchos blogs; otros tantos libros clásicos (aquí pueden encontrar mis recomendaciones), discutir con expertos y vecinos (el conocimiento teórico y la práctica); rescatar saberes y prácticas que tenía sobre desarrollo regional y gobierno local; y construir la estrategia de incidencia en política pública, usando todos los mecanismos institucionales disponibles, junto a la campaña de comunicación (aquí pueden encontrar los contenidos más interesantes que originalmente publicamos en el blog de ProContreras).

Este blog que ahora lees, en muchos sentidos, es resultado de esa formación. Busca rescatar esas lecciones aprendidas, durante 4 años de desvelos frente a la computadora, en reuniones interminables y múltiples, citas y más reuniones formales, junto con montones de amigos ganados y la creación de una red informal de personas e instituciones nacionales e internacionales que creen que la Ciudad puede ser diferente.

Las ideas influyentes y los contenidos aprendidos también me motivaron a ir conociendo a los actores que las produjeron. Conforme nos fuimos conectando, emergía una comunidad en México interesada en luchas urbano-ambientales contra obras, plagadas de corrupción y procesos poco democráticos, pensando de una manera diferente las ciudades desde nuestra perspectiva cotidiana y compartida.

Aquí algunos ejemplos:

1. Video producido por Ciudad para Todos (en Guadalajara) con expertos internacionales comentando el anuncio promocional de la Via Express:

2. Video producido por el Colectivo en defensa del Parque La Pastora (en Monterrey) contra la construcción del estado BBV-Los Rayados

3. Vecinos del Parque Hundido: de la protesta a la construcción de tejido social: un ejemplo en la Ciudad de México para nuestro movimiento.

4. Video sobre la destrucción de la Autopista Embarcadero en San Francisco producido por StreetFilms (y también recomiendo ver el video de la Remoción de las Autopistas)

junto con los escritos de Salvador Medina sobre la revolución contra las Autopistas y su destrucción en otros países como lecciones para México (la entrada ya no es pública, pero la seguiría recomendando).

5. Los libros de Wrestling Moses: How Jane Jacobs took the New York’s Master Builder and Transformed the American City (junto con su reseña en el New York Times) y The Power Broker

6. Video sobre la recuperación del río Cheonggyecheon en Seúl, Corea del Sur y la demolición de la autopista encima… para ver más sobre el rescate de los ríos, ver aqui.

7. De Onésimo Flores, abogado y urbanista, y su blog de Ciudad Posible, aprendí también estas tres ideas:

Hace unos días visitó el MIT Enrique Peñalosa, ex alcalde de Bogotá. Dijo muchas cosas, pero en esta ocasión dos ideas echaron a volar mi imaginación.

CRITERIO 1:
“En términos de transporte, la mejor ciudad no es aquella con más puentes, o más kilómetros de metro, sino aquella donde un niño con una bicicleta puede circular sin miedo a ser atropellado. Por ello toda ciudad debería de someter sus proyectos urbanos -tanto los que impulsa directamente como los que autoriza al sector privado- a un criterio básico: ¿Este proyecto hace a la ciudad más o menos atractiva para caminar o para andar en bicicleta?”

Grafiti en Bellavista, Santiago de Chile

CRITERIO 2:

“La limitante fundamental para la transformación urbana no es el dinero, sino la falta de ideas. Por eso toda ciudad debería de contar con una máquina de planificación urbana. Adquirirla no tiene por que costar mucho, ni ser terriblemente complicado. Pueden empezar por prohibirle al Alcalde y a su equipo utilizar coche, y una vez a la semana amarrarlo en una silla de ruedas. Verán que rápido se le ocurren ideas para mejorar el espacio público”.

«¿Dónde jugarán los niños? trata sobre nuestros instintos protectores de padres, la libertad y los peligros de la ciudad para los niños.  Lo denominé el tercer criterio para transformar la ciudad (las emociones ambivalentes que tenemos al debatir la ciudad):

Escribo esto de prisa, casi de corrido, pues un evento importante promete interrumpirme pronto. Tras nueve meses de espera, el momento parece haber llegado. Ayer, pasada la medianoche, mi esposa se levantó de la cama asustada. “Parece que está empezando, ¿nos vamos al hospital?”

Estoy a algunas horas de tener un hijo, y hoy comparto con ustedes mi alegría y algunos de mis miedos. Siento como crece dentro de mi un instinto proveedor, ese que quizá sienten las gaviotas cuando desesperadas buscan material para terminar sus nidos. Pero no me engaño. Los seres humanos somos diferentes a las gaviotas.

Por más ramitas que juntemos en lo individual, lo cierto es que nuestras crías pronto deberán enfrentar la ciudad, ese gran bosque que hemos edificado para vivir en lo colectivo. Y no es necesario ser genio para saber que nuestro bosque está enfermo. El hábitat que nuestros padres y abuelos construyeron para nuestra protección se ha convertido en fuente de nuestros miedos y fobias.

No es casualidad que hoy quienes tienen dinero lo gastan construyendo burbujas para sus hijos: casas con bardas altas, fraccionamientos con parques privados, escuelas con inscripciones exclusivas, automóviles que permiten desplazarse sin tener que interactuar con los demás. Somos los seres sociales más antisociales que existen.

Con voz firme pedimos a nuestros hijos: “nunca hables con extraños”. Y después contratamos un ejército de ingenieros y arquitectos para asegurarnos que ni siquiera tengan la oportunidad de desobedecer. Muchos niños pasan los primeros años de sus vidas sin sentir nunca un espacio público. Crecen de la cuna al coche a la casa de la tía. Y entre cada uno de estos destinos hay un trayecto, en lugar de existir un paseo.

Carrusel en San Pablo, Oaxaca

Parece casi inevitable. Criamos una generación de niños protegidos, pero descontextualizados. Les enseñamos que lo diferente es peligroso, y que lo desconocido debe evitarse. Las burbujas se revientan tarde o temprano, y lo que queda es una población de ciudadanos que fácilmente transforman el miedo de sus padres en intolerancia. Y el ciclo habrá de repetirse con mayor intensidad, cuando nuestros hijos tengan a nuestro nietos.

No culpo a nadie. Vaya que la ciudad es peligrosa. Ayer mismo vi el video que circuló por los noticieros sobre la balacera en la estación de metro Balderas. Un loco mató a dos e hirió a cinco. Desgraciado. Y yo que quiero que mis hijos aprendan a viajar en metro.

Héme aquí, en la sala de espera del hospital, absorbido con tremendos sentimientos encontrados. Por una parte siento la responsabilidad de proteger a mi hijo, de abrazarlo tan fuerte que nunca tenga cerca nada ni nadie que pueda amenazarlo.

Pero por la otra, quiero que crezca gozando la ciudad. Que corra en las calles, que descubra sus rincones en bicicleta, que haga amigos en el parque de la colonia. Quiero que llegue con cortadas en las rodillas, o con un vaso lleno de hormigas, o cargando un perro que encontró en la esquina.

Deseo profundamente que mi hijo tenga constantes oportunidades para hablar con extraños. Quiero que se nutra de la diversidad, que aprenda que las ideas de los demás no son equivocadas solo por ser diferentes. Quiero que mi hijo deje de ser mi calca, y que al inmiscuirse en el contacto con la sociedad, encuentre su propia individualidad. Pero también quiero que salve el pellejo.

Veo a los otros padres que esperan en el hospital, e imagino que se enfrentan a la misma elección. Lamentablemente nuestro instinto social parece perder la batalla. Pareciera que como especie estamos “evolucionando”. Cada vez más familias reaccionamos como gaviotas: Preferimos el islote más alejado y el risco más escarpado para criar a nuestros hijos.

Parecemos olvidar que el ser humano pudo conquistar este planeta precisamente porque buscó soluciones colectivas a problemas individuales. En lugar de desperdiciar nuestro esfuerzo y recursos en construir burbujas privadas, deberíamos concentrarnos en recuperar juntos nuestras ciudades. Nuestro hábitat está enfermo, y nuestro abandono contribuye a su declive. Hay que llenar las calles de carriolas. Hay que ocupar cada columpio. Hay que llenar el silencio con risas.

Por supuesto que hay riesgos, pero solo si los enfrentamos colectivamente podremos reducirlos. Necesitamos del gobierno. Necesitamos de los grupos vecinales. Necesitamos de las iglesias. Pero sobre todo, necesitamos de familias dispuestas a mostrarles a sus hijos que hay alternativas.

Y los dejo porque parece que ya voy a ser papá».

Como mamá, me llega mucho.