“A la escuela primaria”, mi mamá dice orgullosa, “iba sola en bici”.
Ella, como un buen taxista (antes de usar GoogleMaps), conoce y se mueve por toda la Ciudad de México porque “crecimos con ella” dice, junto con una larga lista de lugares cotidianos donde “se acababa la Ciudad». Crecí también caminando sola; ya no toda la Ciudad sino algunas cuadras alrededor de la escuela y mi casa. Caminaba a la papelería, al correo, a la panadería.
Hoy, sigo caminando; llevo a mi hija a la escuela pero –señal de que los tiempos han cambiado– no me imagino que ella camine sola. Confieso que en el trayecto de 5 cuadras a la escuela, me atemoriza incluso soltarle la mano.
Los niños que caminan solos a la escuela, junto con sus banquetas, son un indicador de la calidad de vida de una Ciudad. Un artículo de El País cita que en Inglaterra, durante los años sesenta, 90% de los que tenían entre 6 y 11 años iban solos a la escuela (como mi mamá, pienso); pero este porcentaje se ha reducido y hoy sólo 5% de los niños camina solo.
Onésimo Flores expresa en Ciudad Posible
Levantamos bardas y fraccionamientos privados que evitan la entrada a “sospechosos” porque sentimos la responsabilidad de proteger a nuestros hijos de los extraños y peligros de la calle. Y del miedo a estos peligros rápidamente pasamos al estatus, a discriminar con quiénes queremos que nuestros hijos jueguen. La publicidad inmobiliaria promueve lugares exclusivos, como un indicador también de cómo vamos construyendo ciudades segregadas e injustas.
A nuestros niños por querer protegerlos, les quitamos autonomía, la oportunidad de explorar y tener aventuras con sus amigos en la calle. A nosotros, nos privamos de disfrutar la Ciudad, de interactuar democráticamente en la calle. Poco a poco nos dejamos de reconocer como semejantes y vamos acumulando prejuicios, resentimientos, odios y violencias.

No es extraño que las soluciones prescritas en otros países para atender los disturbios raciales o la violencia alrededor del narcotráfico impliquen junto con programas de eliminación de la pobreza también procesos de renovación urbana. En México, gradualmente comenzamos también a ver ese vínculo, llamado por Sergio Aguayo urbanismo suicida y estudiado por INCIDE Social en sus diagnósticos sobre violencias.
Al dejar el crecimiento urbano en manos de la complicidad corrupta entre autoridades locales y desarrolladores inmobiliarios y políticas irracionales de subsidio a la vivienda social, los sectores marginados son segregados a las periferias de las ciudades. Ahi, hay poco acceso a servicios de calidad, y transporte denigrante y caro. Poco a poco, se desintegra el tejido social y en medio de esas ciudades-dormitorio, bajo la ausencia de oportunidades, crece la violencia y la impunidad que hoy sufrimos.
¿Cómo transformamos nuestras ciudades y con ellas, muchas de las causas de injusticia y violencia de nuestro país?
La narrativa colombiana reitera las lecciones de renovación urbana que en muchas ciudades americanas y europeas comenzaron en los años sesenta y hoy sus éxitos nos sorprenden: rescate de espacios públicos y calles peatonales, lindas bibliotecas, centros comunitarios y museos como proyectos ancla para renovar los sectores más peligrosos, los usos de suelo mixtos y la recuperación de edificios y barrios viejos, junto con la promoción de vivienda social en lugares céntricos.
Las soluciones de San Francisco, Nueva York, Washington, Londres, Manchester, Paris o Barcelona son bien conocidas por arquitectos y urbanistas mexicanos.

Pero en la mayor parte de ellos, se escucha una frustración por cómo se gestionan las ciudades mexicanas.
La mayor parte se ha dedica «a construir» porque no se puede planear. Y coincido con ellos: no se puede planear sino que se tiene que medir, estudiar alternativas, debatir, negociar, pelear, presionar, llegar a acuerdos… No, no es oficio de arquitectos o urbanistas, sino de ciudadanos.
Hace un año, Fundación Avina nos propuso formar una iniciativa en la Ciudad de México similar a Bogotá Cómo Vamos o Nuestro Sao Paulo.
“¿Otro observatorio de la Ciudad?”, pregunté, “si hemos descubierto que observar no ayuda a cambiar las políticas, sino te deja con las evidencias y frustraciones más grandes y no resuelven los problemas. A esta Ciudad le sobran observatorios y diagnósticos, le hacen faltan procesos de articulación e incidencia en sus políticas públicas”.
Gracias a Avina, escuchamos también las historias de 55 ciudades latinoamericanas que estaban justamente haciendo esto, generando información y articulando actores interesados en ver y construir a la Ciudad como un bien público: empresarios, medios de comunicación, Academia, organizaciones y ciudadanos.
Convocamos a un primer Diálogo por Ciudades Justas y Sustentables en México para identificar quiénes estarían interesados por una iniciativa así.
Nos encontramos no sólo con mucho entusiasmo, sino también con muchas visiones sobre cómo construir otro tipo de Ciudad: con límites, con movilidad sustentable, más densa, con negocios locales, con una ciudadanía intensa.
Aquí pueden encontrar un resumen de los puntos más interesantes que discutimos en febrero 2010 y un video elaborado por David Pulido, un activista de Monterrey a quien invité después de conocernos en pleno Reforma en una manifestación. En esta feliz coincidencia –de hablar con extraños– David resultó uno de los fundadores de Pueblo Bicicletero, la organización sede de IV Congreso de Ciclismo Urbano.
Junto con Fundación Este País y el Centro de Contraloría Social del CIESAS, convocamos a un primer Grupo Promotor en junio 2010. Más diálogo, más reuniones y discusiones sobre lo que queríamos y no queríamos ser. Además de Fundación Avina, nos nutrieron los encuentros con participantes de otras iniciativas latinoamericanas: Cartagena Cómo Vamos, Nuestra Córdoba, Cali Cómo Vamos, Lima Cómo Vamos y el proceso de conformación de la Red Latinoamericana de Ciudades Justas, Democráticas y Sustentables.
Ha sido un privilegio interactuar con tanta gente valiosa y descubrir la capacidad creativa y técnica de estos ciudadanos comprometidos con construir.
Finalmente, llegó el momento de construir una Carta de Principios y preguntar entre las organizaciones ciudadanas y los actores académicos quiénes se adherían; construir la confianza y los acuerdos básicos para trabajar con una identidad colectiva plasmada en Somos Ciudad de México.
Alternativas y Capacidades aportó la identificación y el reclutamiento de organizaciones ciudadanos. La mayoría nos conocíamos y admirábamos mutuamente nuestro trabajo, pero es la primera vez que colaboramos en un proyecto en común. Alternativas ha articulado las voluntades, facilitando gradualmente sus acuerdos y el seguimiento de los compromisos. De experiencias previas, hemos aprendido cómo construir trabajo en red para incidir en políticas públicas.

Paradójicamente, mi trabajo previo a Alternativas se parecía mucho a esto. Desde el Gobierno Federal, facilité acuerdos entre los gobiernos estatales y las dependencias federales para el desarrollo regional del Centro del país. Ahí aprendí sobre muchos temas: seguridad y coordinación policiaca, tratamiento de agua, inventarios de suelo, construcción de carreteras, sistemas hospitalarios, clusters económicos. Igual que hoy, resumo lo aprendido en la necesidad de coordinar políticas sectoriales con una visión territorial.
Los últimos dos años he formado parte de un movimiento vecinal contra la Supervia. De ello, valoro indispensable la escasa infraestructura institucional para que los ciudadanos participemos y demos seguimiento a las decisiones de las autoridades que afectan nuestra calidad de vida. Indiscutible es también profesionalizar y construir capacidades de incidencia en políticas públicas entre grupos vecinales y quienes trabajan los temas urbanos y ambientales.
Como muchos arquitectos, los ciudadanos nos sentimos frustrados y hemos abandonado a las clientelas y las negociaciones partidistas, la representación de nuestros intereses y el debate por la Ciudad. La lección como vecina es que la política local es demasiado importante para dejársela a los políticos locales.

Somos Ciudad de México, junto con Jalisco Cómo Vamos, el Observatorio Ciudadano de León, Así Estamos Juárez y el Alcalde Cómo Vamos – Consejo Cívico articulados en una Red Mexicana transformaremos en más justas y sustentables nuestras ciudades. Con monitoreo y contrapeso ciudadano, trabajando como coaliciones ciudadanas poderosas transformaremos las políticas públicas y la gestión de nuestras ciudades mexicanas a favor del desarrollo social.
Quiero que con iniciativas como ésta –y muchos más ciudadanos sumados– mi hija salga a caminar sola a las calles y confíe en desconocidos, sin que le pase nada.

Quiero que abracemos y hagamos crecer árboles porque sin ellos la Ciudad es más gris y nuestra salud y clima depende de ellos.
Creo que si construimos oportunidades, si pagamosy tratamos dignamente, los negocios, el empleo y la economía locales crecerán.
Sueño que como en todas las grandes capitales del mundo, la Ciudad de México rescate y valore sus ríos.
Deseo que recuperemos nuestro patrimonio cultural, no sólo para mostrarlo a turistas sino para recordar a nosotros mismos por qué debemos cuidar y amar esta Ciudad.
Por estas razones, soy parte de Somos Ciudad de México.
Somos Ciudad de México era una red de organizaciones cívicas coordinadas alrededor de una agenda por la Ciudad de México, y miembro de la Red Mexicana de Ciudades Justas, Democráticas y Sustentables, así como de la Red Latinoamericana. El periódico El Universal tiene una iniciativa que se llama Ciudad de México, ¿Cómo vamos? que levanta encuestas de opinión periódicamente para conocer la percepción ciudadana de la calidad de vida.